El
caso Nisman esclarecido por un miembro de Carpa Abierta
"Borges,
en el centro de la carpa, a la vista de toda la playa, con una camisa rabona
(de las llamadas remeras) y sin pantalones ni calzoncillos, al aire el
promontorio oscuro de testículos y pene. 'Estás en bolas', le digo, arreándolo
detrás de la lona. 'Ah, caramba', comenta sin perder la ecuanimidad".
'Como no ve —comenta después Silvina— está como una careta".
Compañero A.B. CASARES, Carpa
Abierta, Mar del Plata, febrero de 1964.
Bajo el notorio
influjo del ajenjo (discurridor y digestivo de rápidos efectos) y del consejero
comercial de la embajada iraní en Buenos Aires, he imaginado un nuevo relato
para el modelo, y para justificar de algún modo las tardes inútiles que le
quedan a la presidenta de acá a las elecciones. Como en todo relato, faltan
pormenores, rectificaciones, ajustes, chicanas, chantajes; hay zonas de la
historia que no me fueron reveladas por los agentes de la ex SI, ex SIDE; hoy,
18 de febrero de 2015, víspera de la marcha de los infieles, la vislumbro así.
La
acción transcurre en un país dividido en dos facciones: algún estado peronista donde
conspira la oposición. Ha transcurrido, debo admitir, pues el país ha debido ganar
un siglo para que un narrador del futuro se atreva a referir esta historia que
ocurrió en la realidad al final de la primera década ganada. Digamos (para
comodidad narrativa) Argentina; digamos enero de 2015. El narrador se llama
Brian; es bisnieto del circunciso, del coqueto, del suicidado fiscal Alberto
Nisman, cuyo sepulcro estuvo a punto de ser el lugar destinado a los suicidas en
el cementerio de La Tablada, y terminó estando justo enfrente de la explanada
de los caídos en las guerras de Israel.
Nisman,
como todo fiscal, fue un agente, un secreto e ignominioso agente de
inteligencia al servicio de potencias extranjeras; a semejanza de Moisés, que
desde la tierra de Moab divisó y no pudo pisar la tierra prometida, lo último
que divisó Nisman fue la tierra del Uruguay, donde reposaban gran parte de sus
divisas extranjeras. También él, al que muchos llamaban Moishe, murió en las
vísperas de la denuncia victoriosa que había soñado. Se aproxima la fecha del
primer centenario de su muerte (enero de 2115, aclaro para quienes no tienen el
don de hacer de cuentas); las circunstancias del crimen siguen siendo
enigmáticas; Brian, dedicado a la redacción de un tweet sobre su bisabuelo,
descubre que el enigma no se deja reducir a ciento cuarenta caracteres. Nisman
fue suicidado en un baño, lo que implica decir que alguien lo cagó; la
prefectura no dio jamás pie con bola, pero el Secretario de Seguridad de la
Nación Sergio Berni se apersonó a la escena del crimen cuando el cadáver aún estaba
tibio, para asegurarse que esa institución no fuera a cambiar de hábitos justo
en esa ocasión; los historiadores declaran que esa caracterización de los
prefectos no empañan su crédito, porque muchas veces cobraban bastante por
exagerarla. Otras facetas del enigma inquietan a Brian. Son de carácter costumbrista
y crónico; parecen repetir y combinar hechos que se dan siempre en la misma
región del Río de la Plata: la ribera occidental. Así, nadie ignora que los
esbirros que examinaron el cadáver del héroe primero debieron pasar ellos
mismos un examen elaborado por el propio Berni; hallaron un escrito de Nisman en
el tacho de basura y una carta abierta que le advertía el riesgo de concurrir
al Congreso a la tarde siguiente sin invitar a las cámaras de la televisión
pública; también Julio César Chávez, al encaminarse al centro del cuadrilátero
donde los aguardaban los afilados guantes de su rival, recibió un memorándum por
izquierda que no llegó a ver y lo dejó en la lona. La mujer de Nisman, Sandra,
vio en sueños abatida la torre Le Parc donde vivía su ex marido y funcionaban
los bulines de gran parte del senado; falsos y anónimos cables informativos, la
víspera de la muerte de Nisman, publicaron en todo el país el incendio del
país, hecho que podría parecer desmedido, pues haría falta mucho más que una
denuncia de encubrimiento para inquietar a la presidenta de los cuarenta
millones de argentinos y argentinas. Esos paralelismos (y ningún otro) de la
historia de Julio Cesar Chavez y de la historia del conspirador judío inducen a
varios periodistas a centrar sus investigaciones en las rutinas gimnásticas de
Nisman, en suponer que sus camisas esconden un dibujo de líneas pectorales y
cuadrados abdominales que se repiten, como los de un boxeador. Piensa en los
hombres de Hesíodo, que degeneran desde el oro hasta el hierro, y comprende por
qué la tradición grecolatina le sienta mejor al país que las culturas precolombinas. Piensa
en la transmigración de las cuentas bancarias, doctrina que da honor quienes
poseen ahorros en Suiza y que los propios suizos atribuyen a los druidas y gurúes
que dirigen la banca británica; piensa que, antes de ser Nisman, los otros
fiscales federales que convocaron a la marcha del silencio por la justicia eran
meros burócratas abocados a entorpecerla. De esas persecuciones circulares y
recíprocas entre fiscales, agentes secretos y políticos salva a Nisman un
curioso ingeniero al que apodan Jaime, por lo servicial, un ingeniero que se
abisma tan hondamente en los secretos de estado que la propia secretaria de
inteligencia prescinde de sus servicios: ciertas palabras que Jaime dijo por
teléfono a Alberto Nisman el día anterior a su muerte fueron prefiguradas por Arnold
Schwarzenegger al final de Terminator 2 y por Shakespeare en la tragedia de Macbeth: ser presidente del Congreso
Judío Mundial o recibir un pasaje al Mundo Venidero en forma de pistola, that is the question. Que la política
argentina hubiera copiado a un bardo a nadie resulta ya pasmoso; que un agente secreto
sepa algo de literatura resulta ya inconcebible… Brian indaga que, en 2014,
Antonio “Jaime” Stiusso, el más cercano de los compañeros del héroe, había
traducido del farsi los principales improperios que había dedicado D’Elía a su
bisabuelo. También descubre en los archivos de Wikileaks un artículo manuscrito
de Stiusso sobre los soft coups:
vastos e inefectivos golpes de estado que, a diferencia de los orquestados por
la CIA cuarenta años antes, requieren una sola bala y miles de actores
periodistas y periodistas actores que reiteran y denuncian hechos de corrupción
en las mismas ciudades donde ocurrieron, sin que a ninguno de los acusados se
les mueva un pelo. Otro talk show inédito le revela que, pocos días antes del
fin, Nisman, presidiendo el último cónclave de los conspiradores, había firmado
la sentencia de muerte de un traidor que porfiaba en encubrir a los culpables
de la causa AMIA, cuyo nombre ha sido borrado. Esta sentencia no condice con
los piadosos hábitos de Nisman, que en los diez años previos no ha ordenado una
sola detención tan siquiera. Brian investiga el asunto (esa milagrosa
investigación que llega a buen puerto es un hito en la historia argentina) y
logra descifrar el enigma.
Nisman
fue suicidado en un baño, pero de baño hizo también la entera ciudad, tanto los
que se cagaron en su muerte como los que salieron a ducharse en la lluvia y
marchar por primera vez en su vida, y los adultos mayores fueron legión y el
drama de su muerte abarcó varios titulares y varios zócalos muchos días y
noches. He aquí lo acontecido:
El
2 de enero de 2015 se reunieron los conspiradores en el despacho de Magnetto,
el CEO del grupo Clarín. El país estaba maduro para el golpe blando; algo, sin
embargo, fallaba siempre: algún judío traidor había en el país, además del Canciller Héctor Timmerman. Alberto Nisman había encomendado a
Antonio Stiusso el descubrimiento de ese traidor. Stiusso ejecutó la tarea:
anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Nisman. Demostró con
pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a
muerte a Nisman. Este firmó su propia sentencia, feliz porque su castigo
perjudicaría a la presidenta.
Entonces
Stiusso concibió un extraño proyecto. La Recoleta idolatraba a Nisman; la más
tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la revolución del PRO; Stiusso
se propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor el instrumento de la
emancipación de Nordelta. Sugirió que el condenado muriera a punto de pistola,
en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación
popular de la clase media alta pero en ninguna de las cámaras de seguridad de
las torres Le Parc. Nisman juró colaborar con ese proyecto, siempre y cuando le
facilitaran un arma que no manchara sus uñas con rastros de pólvora.
Stiusso,
urgido por el tiempo y limitado por sus escasas luces, no supo inventar las
circunstancias de la ejecución, y tuvo que pedir a un asistente de Nisman que
prestara su arma; tuvo que plagiar a otro Jaime, el agente robot de Control;
repitió escenas del inspector Clouseau y su secreta representación comprendió
varios días. El condenado volvió de Europa, ingresó custodiado en Ezeiza, obró,
rezó, blasfemó y cada uno de esos actos que reflejarían los programas de televisión
había sido fijado por Stiusso. Miles de actores colaboraban gratuitamente con
el protagonista; el rol de la mayoría fue momentáneo, sin nada de complejo de
clase. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los zócalos de TN, en las
discusiones acaloradas de los cafés de Plaza Francia. Nisman, arrebatado por
ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía para futuros partidos de
tenis, más de una vez se enriqueció con actos y palabras vacías que nunca
llegaban a los despachos de ningún juez. Así fue desplegándose en el tiempo el
ampuloso drama, hasta que el 18 de enero de 2015, en un baño de funerarias
cortinas, una bala apócrifa atravesó la sien del traidor y del héroe, que
apenas pudo peinar, entre dos efusiones de brusca sangre, el mechón de pelo que
le cayó sobre la frente.
En
la obra de Stiusso, los pasajes imitados de James Bond son los menos; Brian
sospecha que el actor los intercaló para que una persona, en el porvenir, lo
confundiera con Sean Connery. Comprende que él también forma parte de la trama
de Stiusso… Al cabo de tenues cavilaciones, resuelve silenciar un revolver y
descerrajarse un balazo. Antes de hacerlo, publica un tweet dedicado a la gloria
del héroe; también eso estaba previsto por Magnetto.
Compañero
Georgie
Carpa
Abierta