martes, 13 de abril de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 32)


5 de enero

¡Qué manera de flashear y hacerme la croqueta, por Dios! Creo que no me hacía tanto los ratones desde esa tarde que con un amigo nos hicimos un par de guitarras en el parque (aclaro que ninguno de los dos era lutier) y nos pasamos cinco horas tratando de sacar el Rock del Gato y el Rock del Pedazo en la cuerda más finita. A los diez segundos mi saltarín Jack Flash ya estaba listo; no listo para el oral, sino completamente listo, porque había hecho uno de sus saltos precoces que da cuando se excita mucho, y ahora, por su culpa, tenía yo toda la bermuda hecha un pegote.

Por suerte ni la castaña ni las morochas podían verme, porque las tapaba la mesa, pero tenía que tener cuidado que no me viera la rubia, que podía estar en cualquier parte de ese quincho que era más grande que el potrero donde jugamos al fútbol 17 con mis amigos todos los lunes a las 10 de la mañana, para empezar bien la semana. Menos mal que mi memoria es un flash, y me acordé que una vez, en la pileta de Laferrere, había visto a un pibe que tenía una malla estampada con los billetes de las películas yanquis. Volví a meter la mano, entonces, en el agujero del colchón, y empecé a sacar billetes y estampármelos sobre la bermuda. “¿Estás listo, Rolo?”, me preguntó la castaña. “Listísimo”, respondí, con voz ronca, sin dejar de estamparme los dólares. “Bueno, empecemos entonces”.

“Suponete que sos empleado de una fábrica que hace colectivos”, escuché que decía la castaña mientras yo ensalivaba los billetes con el dedo, para pegarlos en las zonas de la bermuda que estaban más secas, “vos trabajás en la última etapa de ensamblaje y acaban de terminar una nueva unidad. El capataz descorcha una botella de champán y propone un brindis por el trabajo realizado. ¿Qué frase dirías vos para brindar por la ocasión?” “Fácil, Cacha, diría: ‘¡eeeh, loco, se armó bondi!’” Se hizo un silencio que la castaña aprovechó para tipear mi respuesta, y yo, para sacar un par más de billetes. “Bueno, pasemos a la segunda”, dijo la castaña, “ahora imaginate que tu máma te pide a vos y a tus hermanos varones…” “¿A todos los quince hermanos varones?”, la interrumpí, para que viera que le estaba prestando atención. “No, solo a vos y otros dos hermanos más”, aclaró la castaña, “tu mamá les pide a vos y a dos de tus hermanos que vayan a descolgar la ropa que está secándose en la terraza, pero cuando llegan ves que la soga se cortó y la ropa está tirada en el piso. Vos les pedís entonces a tus hermanos que levanten la soga y la sostengan tirante, así vos podés sacar los broches y descolgar la ropa, pero mientras lo estás haciendo ves que la soga está torcida porque uno de tus hermanos la sostiene con una sola mano para poder mandar mensajitos de texto con la otra. ¿Qué le dirías para retarlo? “Lo mismo que le diría cualquier persona, Cacha: le diría ‘¡eh, hermano, aguantá los trapos!’”

“Uy, ahí llega mi familia”, dijo la rubia desde un ventanal abierto (seguro había estado ahí desde el minuto del pedo), “apurémonos que en cualquier momento nos llaman para cenar”, y se acercó hasta donde yo estaba tirado. “Ey, Rolo, ¡qué buena está tu malla!”, me dijo, “¿cómo no te la vi antes?” “Es algo normal, yo tampoco me fijo nunca en el color de las bikinis; a mí no me importa lo superficial sino lo que tienen adentro”. “Ay, Rolo, sos un tierno”, dijo la rubia, “apuesto que te debió haber costado un billete”. “Más de uno”, le dije, “hubo como dos o tres que me costó una barbaridad estamparlos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario