jueves, 15 de abril de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 34)


5 de enero

Menos mal que la rubia se había acostado en el colchón de coté (de espaldas a mí, claro, aunque yo apenas si le presté atención a su espalda), y que no cambió de posición cuando me fui volando a sentar a la mesa con las morochas, porque si no hubiera descubierto el agujero en el colchón de donde habían salido los billetes de mi malla. La castaña seguía sentada entre las dos morochas, dele que dele a teclear en su noubuk. “¿Vos también vas a participar de la entrevista?”, le pregunté. “No, empiecen tranquilos”, dijo, “mientras yo termino de incorporar las expresiones que usaste al diccionario bilingüe Conurbano - Capital y zona Norte que estoy armando.” “Cacha, ¿sabés que yo siempre usé diccionarios bilingües en los cuatro años que hice de primaria para adultos?”, le dije; “mamá siempre les ponía un forro que tenía una lengua estón que calzaba justo en cada tapa”.

“Bueno, ¿empezamos entonces, Rolo, te parece?, dijo una de las morochas. “Antes que nada te contamos un poco de qué se trata el puesto”. “No se molesten”, les dije, “conozco al dedillo los gaffes del oficio”, y les mostré el dedo índice para hacerme el gracioso, pero enseguida tuve que volver a esconderlo debajo de la mesa, porque seguía bastante pegoteado. (Podría haber intentado pilotearla haciendo un chiste sobre Sticky Fingers, pero las morochas mucho inglés pero poco y nada de rocanrol. Seguro creían que Brown Sugar era el nombre que usaban las Azucar Moreno para salir de gira por Inglaterra y Estados Unidos). “No importa”, dijo la otra morocha, “aunque sepas te contamos igual, porque en la facu nos dijeron que es muy importante apabullar al postulante hablándole de las responsabilidades del trabajo, aunque sea para el puesto de cadete o barrendero.” “Ah, en eso también tengo mucha experiencia”, les dije, para impresionarlas, “durante diez años fui cadete del kiosco de uno de mis tíos, y durante esos mismo diez años me la pasé barriendo sin piedad a todos los delanteros de los equipos rivales en el potrero. Pablo Escoba, me decían, porque, después de barrerlos en el partido, iba, les pedía perdón y aprovechaba para venderles un poco de faso”.

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