lunes, 15 de marzo de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 23)


5 de enero

El Mini Cooper era tan chiquito por dentro que la rubia no tenía manera de hacer los cambios sin rozarme con el hombro o con el codo. Yo viajaba relativamente tranquilo porque llevaba entre las piernas su bolso playero con tres mudas de ropa (había dejado la valija playera en su casa porque sabía que iba estar solo un ratito en el balneario, me dijo), y entonces era casi imposible que ella manoteara al saltarín Jack Flash por error, incluso si llegaba a meter quinta. Igual hubo un momento jodido en que la rubia quiso tirar un rebaje y casi me deja estéril, pero por suerte iba distraída mirándose en el espejito retrovisor y, como estaba acostumbrada a manejar la 4x4 de su mamá, que tiene dos palancas de cambios, no se dio cuenta de nada. Además tuve suerte de que en la radio justo estaban pasando un tema de ese yanqui muy blanquito al que le gustaban los pibes y que murió hace poco, así que mi gritito de dolor pasó completamente desapercibido.

“Qué kul que sos”, me dijo la rubia, “no sabía que te gustaba Maicol”. Yo iba a decirle que me parecía tan muerto con Lennon y Harrison, pero era tan grande el dolor que pegué otro un gritito y me llevé instintivamente la mano al bulto. “Te sale igual”, me dijo la rubia, “¿sabés hacer también el pasito de moonwalker?” “No”, le dije a la rubia, “vi un par de veces la película en Sábados de Super Acción pero la verdad es que no soy muy fanático. Yo creo que es porque de chico tenía peinado casquito y flequillo largo y entonces siempre me tocaba hacer de Bart Veider, el malo.” La rubia se rió y casi atropella a un señor petiso y medio peladito que le gritó “no me pisen, soy Giordano”. “No, no hablo de La Guerra de las Galaxias”, dijo la rubia, “te preguntaba si sabés ir para atrás mirando para adelante como Maicol”. “Bueno, antes de vender la última pleisteiyon que se rescató en una de las mudanzas, mi primo Pedro me invitó a jugar y dijo que mi equipo iba para atrás, no se si es a eso a lo que te referís.” “Ay, Rolo, sos tan divertido”, me dijo la rubia, “las chicas te van a adorar cuando te conozcan”.

La rubia estacionó en veinticinco maniobras delante de una tremenda mansión casi tan grande como la que debe tener Jagger y Richards en las Bahamas. “Llegamos”, dijo la rubia”, este es el chalecito que alquiló papá para que pasemos la temporada, ¿te gusta?” “No está mal”, le dije mientras bajaba del auto casi en mitad de la calle (la rubia había atracado el Mini Cooper a mitad de cuadra, por suerte las calles de la zona tenían nombre de Barco y eso la piloteaba un poco). Para juntar un poco de valor antes de enfrentar a las amigas de la rubia, mientras atravesábamos el jardín de la entrada me puse a cantar un temita de Los Ratones.

No traten de encontrarme

No salgo ya a ninguna parte

Me gusta caminar por mi mansión…

“Dale, rubia, cantá conmigo”, le dije.

Ya morí,

ya morí, de espaldas nena.

Ya morí.

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