martes, 9 de marzo de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 20)


5 de enero

La piña que me dio el porteño me dejó el ojo morado, cosa que no me pasaba desde el día en que me puse a cantarle Paint It Black a un turista inglés que andaba perdido con su novia por las calles de Sarandí. El tipo se había ido hasta ahí creyendo que su equipo, el Arsenal, había abierto una nueva sucursal en la zona. Se ve que la novia del flaco también era juligan, y aparentemente fanática estón, porque me cortó el rostro con una gillette y se puso a cantarme Let It Bleed. (Reconozco que la culpa había sido mía. Yo había querido imitar a unos amigos que cantaban en la calle para juntar monedas para la birra, pero cuando me lo contaron había mucho ruido y por eso no entendí que ellos cantaban “a la gorra” y no “de la gorra”, como estaba yo cuando me crucé con el inglés y la novia.)
El porteño se bajó cerca de un arbolito de navidad gigante que decía Valeria del Mar. Por el nombre homosexual del balneario y las caras de los caretas que paseaban a esa hora por la calle principal, enseguida me di cuenta que ahí debían juntarse a veranear los fanáticos de Valeria Lynch. Las rosarinas siguieron hablando un rato más con sus falsas “j” y sus “s” finales mudas, y se bajaron una parada después de Ostende, desesperadas por llegar a un pino enorme que había al costado de la ruta. Por la ventanilla vi que corrían al grito de “pinito, pinito, vamo a pegar pinito”.
De repente el bondi dobló en una avenida enorme que tenía más autos estacionados sobre las veredas que circulando en la calle, y todo el mundo se paró para bajar. Como la cola no avanzaba y el chofer parecía tener pocas pulgas (una sola vez lo vi rascarse la espalda en todo el viaje), los bomberos hicieron un agujero en la parte de atrás con sus hachas. El buraco era demasiado chico para que pasara una persona, por suerte los rugbiers confundieron la abertura con un apertura rival y se tiraron todos juntos de cabeza a tacklearla. Al final se hizo un agujero tan grande que bajamos todos por ahí, hasta un flaco con su tabla de surf.
Apenas puse un pie en la avenida Bunge casi me atropella un nene de cuatro años que salió arando de una de las diez concesionarias de la cuadra arriba del cuatrociciclo que acababan de regalarle para reyes. Yo estaba más asustado y perdido que Mick Taylor en la mitad de los temas que tocaron los Rolling en el concierto tributo a Brian Jones en el Hyde Park, dos días después de su muerte. No tenía idea ni siquiera para dónde quedaba el mar. El cartelito de la esquina decía que estaba en Bunge y Born, pero con eso no hacía nada. Me sentí igual de en bolas que la última vez que fui a Capital y me bajé en la esquina de Corrientes y 9 de julio. Por suerte justo pasaban dos promotoras en bikinis que rajaban la tierra, y no tuve más que seguir el surco que dejaban sobre el pavimento para llegar hasta la playa.

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