viernes, 19 de marzo de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 25)


5 de enero


El tsunami de té le dejó a la castaña la pierna tan roja como la mía, como si ella también se hubiera quedado dormida al sol en un médano. El mayordomo y yo nos ofrecimos a pasarle un poco de crema pero ella prefirió ir al baño con la rubia. Antes de irse nos advirtió que no le entráramos al chiskeik ni al lemonpai en su ausencia, confirmando mis sospechas de que era una tortillera. Había que a arrimar el bochín con las morochas antes de que me las birlara a ellas también.

“Che, morochas, así que ustedes hicieron una pasantía en la industria de las minas”, les dije mientras me limpiaba con el mantel la crema chantilly que me había puesto al pedo en la mano para pasarle a la castaña, “a ver, cuenten un poco cómo fue eso”. “Brutal”, me respondió la que tenía mejores gomas, “es brutal ver a los negros sacar el mineral en bruto”. “Tal cual”, dijo la otra, que era más linda de cara y, por la forma en que se sentaba, daba la impresión de tener buen orto, “yo no sé cómo hacen para sacar cobre de esas piedras”. “Bueno, eso no es nada del otro mundo”, les dije yo, “conozco varios en Berazategui que saben sacar bastante de un par de piedras, aunque después en dos minutos vuelven a quedarse sin un cobre igual que antes. Pero lo que más me interesa que me cuenten es si les gustó eso trabajar con tantos machos”. “Bueno, la verdad es que al principio nos daba un poquito de cosa trabajar con tantos negros juntos”, dijo la carilinda, “pero después te acostumbrás y está bueno porque terminás adquiriendo mucha experiencia”. “Qué grosas”. La otra agregó: “Yo no sé cómo hacen para meterse en una mina por tan poca plata.” “¿Poca plata?”, grité sorprendido, casi indignado, “yo hubiera jurado que ustedes cobraban bastante”. “Nosotras sí”, dijo una de ellas (yo estaba tan excitado que no sabía ni quien me hablaba ya), y nuestros jefes también, pero la gente del pueblo cobraba una miseria y se quejaban bastante”. “¿Qué? ¿Encima tenían la cupé de quejarse?, grité con la boca llena, “¿dónde se vio clientes que cobren?”

Las morochas me miraron con cara de no entender de qué les estaba hablando. Por suerte enseguida apareció la rubia con la castaña, que se había pasado crema y ahora tenía las piernas más blancas que Michael Jackson. La rubia dijo: “Che, comamos rápido las tortas así podemos empezar a trabajar en las tesis”.

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