lunes, 22 de marzo de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 26)


5 de enero

Me clavé dos porciones de chiskeik, cuatro de lemonpai y me llevé otras cinco de torta bombón para comer en el caminito que llevaba desde el jardín de invierno hasta el quincho que había atrás de la casa. La rubia había instalado ahí un locutorio con uifi y más computadoras que las que necesitábamos para jugar al counter en red con todos mis compañeros del secundario. (Si habremos pasado tardes y tardes de sol cagándonos a tiros en ese sótano, preparándonos para lo que iba a ser nuestra vida adulta). Estuve a punto de pedirle a las morochas que me dieran la dirección de su página web, pero supuse que el viejo de la rubia había instalado un filtro anti-porno.
“Chicas, me parece que lo mejor es que nos turnemos”, dijo la rubia, “primero que pregunte Emily, después ustedes que estudian lo mismo y por último yo, ¿les parece? Vos, Rolo, sentate en la cabecera y usá esa pizarra si precisás explicarte mejor”. Miré para todos lados pero hacía tantos años que no veía un pizarrón que ya no me acordaba cómo eran. Lo más parecido que encontré fue un plasma apagado. “En quince minutos empieza el partido del Arsenal de Inglaterra”, dije, “¿les molesta si lo veo mientras me hacen las preguntas? Lo veo sin volumen, posta, si igual no me sé el nombre de ninguno de los jugadores”. “Eso no es una tele, Rolo”, me explicó la rubia, “es una pizarra magnética. Para escribir, solo tenés que apoyar el dedo, y borrás con la palma de la mano.”
Las cuatro minas prendieron sus computadoras al mismo tiempo y me aturdieron con la musiquita del Windows. La castaña abrió una carpeta y me entusiasmé porque dijo que iba a buscar unos cuantos papeles, pero al final resultaron ser unas hojas con palabras y dibujitos.
“Bueno, Rolo”, dijo la castaña, “como ya te conté, yo estudio Letras y estoy haciendo mi tesis sobre los Giros Idiomáticos del Conurbano. Te voy a hacer un test de multiple-choice.” “¿Multiple qué?”, grité y escupí bolitas de torta masticada sobre toda la mesa. Si las morochas me hubieran dicho esa palabra rara, enseguida hubiera entendido que querían hacer una partuza conmigo, pero con la castaña había que andar con cuidado, seguramente me estaba acusando de haber cometido ese homicidio múltiple que salió en los diarios. (En realidad yo no tuve la culpa, fue una desgracia sin suerte. ¿Cómo iba a saber que era peligroso preparar un trago Satanás con alcohol de quemar?). “Castaña, a mí hablame en cristiano”, le dije, “a menos que quieras cantar conmigo un tema de los Rolling”.

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