martes, 2 de febrero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 11)


4 de enero

“Ay, qué tierno, un poeta”, dijo la rubia. Y enseguida agregó: “¿Y se gana bien con eso?” Le dije que la mano estaba dura. “La competencia es feroz: en las peñas y recitales siempre hay más poetas que público, y últimamente están apareciendo poetas que ni siquiera saben leer ni escribir. La verdad es se gana muy poco, hace dos semanas los organizadores de una peña me premiaron con una copa de vino blanco por haber leído el poema más corto, y esta semana me enteré que gané un concurso para publicar mis obras completas pagando nada más que diez mil pesos. ¿Y vos qué hacés, rubia?” “Yo trabajo de hija y estudio”, me dijo. “Mi papá me paga un sueldo para que critique todo lo que hace mi mamá y para que vaya de compras una vez por semana al shopping, y así evitar que la economía entre en recesión. Igual, por suerte, es un trabajo part-time, que me deja tiempo para chatear con mis amigas y darme de vez en cuando una vuelta por la facu.” “¿Qué estudias?” “Una carrera nueva que se llama Artes Fascistas Combinadas”, me dijo, “tiene un poco de Sociología del Marketing, Historia del Nazismo, y algo de Diseño de Campos de Concentración. Es una carrera corta que solo se estudia en la Universidad Alfredo Astiz de Plaza de la Horqueta. De hecho estoy acá haciendo trabajo de campo para mi tesis que se va llamar “¿Cómo hacen los pobres para divertirse?: un análisis etnográfico de los negros cabeza”.

La verdad es que yo no entendía nada de lo que me hablaba la rubia, un poco porque ella usaba palabras muy difíciles y otro tanto porque yo estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por mirarla a la cara y no bajar la vista a sus tetas. “Contame un poco de tu poesía”, me dijo, “¿qué poetas te gustan?” “En realidad casi no leo poesía de otros”, le dije, “para que no influencien mi estilo. Pero mi libro favorito y mi fuente de inspiración es una traducción al español de las letras de los estón que compré en Parque Rivadavia, una vez que fui de excursión a la capital con el secundario. El problema es que está traducido al español de España, y hay muchas palabras que no entiendo. La que más me gusta es El Saltarín Jack Flash, ¿querés que te lo recite?” “Dale”, me dijo. Tosí un par de veces para aclarar la garganta, escupí un garzo, volqué los hombros para atrás y empecé a mover los brazos como Jagger:

Yo nací en el fuego cruzado de un huracán
y aullé a mi madre bajo la lluvia torrencial,
pero ahora está todo bien,
de hecho es fantástico.
Soy el saltarín Jack Flash, es fantástico, fantástico

Fui criado por una bruja desdentada y barbuda,
me educaron fajándome la espalda,
pero ahora está todo bien...

“Buenísimo, me encantó”, dijo la rubia. “Sí, para mí Jagger es el mejor poeta inglés y del mundo. Un día en una peña un flaco me dijo que había otro poeta inglés muy bueno, un tal Yekspir, pero como nunca encontré ningún disco de él no te sabría decir.” “A ver, recitame un poema de los tuyos”, me dijo. “Justo el otro día escribí uno inspirado en el que te acabo de recitar. Se llama El Saltarín Marcelo, agachate y conocelo.

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