miércoles, 3 de febrero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 12)


4 de enero

Me hice unas gárgaras con los hielos, que ya se habían despegado por el calor, y recité mi poema:




Nací en el fuego cruzado
entre la policía
y mi padre,
que era barra brava de Huracán
y le pegaba a mi madre porque a la noche se iba a trabajar
Fui criado por una vieja rusita que no creía en el niño Dios
y que una noche, mientras yo dormía, casi me hace la circuncisión
Soy el saltarín Marcelo, como dicen los estón, me pintaron de negro.

Soy el saltarín Marcelo, agachate y conocelo.


“Buenísimo”, me dijo la rubia, “nunca antes había conocido un poeta ni leído un poema. Después mandámelo por mail así lo llevo a mi clase de Literatura del Siglo sin un Cobre del Conurbano Bonaerense”. “¿Qué? ¿Me vas a dar tu mail?”, dije tartamudeando, mientras deslizaba mi mano derecha entre la bermuda y el calzoncillo para acomodarme la erección. “Ay, qué dulce que sos”, dijo la rubia. “Claro que te voy a dar mi mail. No solo eso, te voy a dar también mi número de celu así me llamás y te venís mañana a Pinamar a conocer a mis compañeras de la facu. Tenemos que hacer un trabajo de marketing zoológico sobre los segmentos XYZ menos diez y XYZ diez a la menos uno y alguien como vos nos viene como cuatriciclo a la cuatro por cuatro”. No le pude responder porque me cerraban la garganta la emoción y el hielo que me acaba de tragar.
“¿Qué olor raro que hay acá, ¿no”, dijo la rubia y miró a todos lados para ver de dónde venía. “Es olor a faso”, le expliqué, “¿vos no fumás?” “No, una sola probé un porro mezclado con Virginia Slims y casi me muero de tuberculosis. Además, allá, en Pinamar, si te pescan con faso te deportan a Gesell. Lo que sí tengo ganas de probar es Bicho, me dijeron que es afrodisíaco.” “Sí, en Berazateguí hay mucho bicho”, le dije, “sobre todo en verano. Es un peligro por el tema del Dengue, ¿viste?” Volví a acomodarme el calzoncillo porque la erección comenzaba a ceder. “¿Y chupar te gusta?” Logré esquivar la cachetada de la rubia por un flequillo y me apuré a aclarar: “quise decir si te gusta tomar alcohol” “Ah, disculpá, pensé que me estabas hablando de otra cosa”, me dijo ella. “Sí, me gusta el Miami Libre, pero solo si lo hacen con el ron que trae un gusano en la botella. También me gusta el shampú.” “¿En serio?”, le dije, “de chico con mis hermanos tomábamos mucho shampú, hasta que mi mamá nos descubrió y durante un año dejó de comprar y tuvimos que lavarnos el pelo con jabón. Por suerte habíamos encanutado dos sobrecitos que nos alcanzó para bañarnos todo ese tiempo”
No sé por qué, me pareció que la rubia me miraba con un poco de asco. Para evitar que se fuera sin dejarme su celular renuncié a mis principios y le pregunté si le gustaban los bitels. “Un poco, no mucho. En realidad esta remera es de mi mamá”, me dijo. “Yo pensaba venir con una de Britney Spears pero mi hermanito me dijo que me iban a linchar en la 3, así que pedí ésta prestada.” “Y los Rolling no te gustan?, le dije. “Muy poco”, me dijo, “solo cuando tocan bosa nova y Jagger canta con vos de mujer. Pero acá parece que a todo el mundo le gusta.” “Porque son lo más grande que hay. Vení, rubia, que te explico como se baila esto”, dije y me la llevé de la mano para la pista que pasaba música de los estón de los años sesenta y setenta.

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