viernes, 5 de febrero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 14)


4 de enero

Entre la calor que hacía adentro del boliche y el calor que me había hecho pasar la rubia en la pista, yo estaba tan chivado que tenía miedo que el número setenta y nueve de la remera se me estampara en el pecho. Si sabía me ponía otra que tengo con la tapa del disco Tattoo You, que es mucho más colorida y adecuada para el caso. Para colmo, todavía tenía los labios hinchados y la transpiración me hacía arder las encías más que las patadas que me bajaron los dientes de leche cuando fui por primera vez a la bombonera. ¿Qué le voy a hacer?, siempre tuve problemas con la hinchada de boca.
“Rubia, ¿no querés que vayamos a tomar un poco de aire fresco con vino tibio a la playa”, sugerí. “Bueno”, me dijo, “pero esperá que voy a avisarle a mi amiga.” Vi como la rubia atravesaba el boliche dejando a su paso ríos de baba que corrían desde la boca de todos los flacos hasta la lengua de sus remeras, mientras yo trataba de identificar a otra rubia, castaña o pelirroja que desentonara en la pista los temas de los estón. Lo único que veía eran parejitas de flequillos largos que bailaban dándose una mano y sosteniendo cada uno su cerveza de litro con la otra, un par de batallas campales entre barras bravas de equipos de Primera C de donde, cada tanto, salía un inconsciente manchado con una mezcla de vino y sangre, y dos flacos que se disputaban una mina en una competencia de imitaciones de Jagger y Richards mientras la mina transaba con otro flaco que, evidente, disfrutaba más imitando a Bill Wyman. (Mi amigo que sabe leer en inglés me contó que Bill era el Rolling con más levante. Al parecer levantaba minas con pala, aunque yo una vez quise hacerlo y acabé en la comisaría por querer convidarle merca a una cana de civil. A lo que iba es que mi amigo me contó que Bill era un langa total que le gustaba curtirse a las mujeres de sus amigos. Me dijo que su apellido artístico se lo pusieron los propios amigos engañados, porque cuando descubrían la traición todos le hacían la misma pregunta: ¿Wyman? Yo nunca entendí la anécdota, pero igual la anoto en este diario porque quizás algún día alguien la lea y la entienda).

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