lunes, 8 de febrero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 15)


4 de enero

Justo cuando los imitadores de Jagger y Richards habían descubierto la traición del falso Wyman, y ya podía olerse en el aire la sangre y el vino de una nueva batalla campal en la pista, vi a la rubia salir del baño mujeres. Venía contoneando las caderas mientras arrastraba del brazo a su amiga, una flaca de pelo castaño como el de Mick Taylor y la cara de susto de Jagger cuando vio a uno de los Hells Angels apuñalar a un flaco del público en mitad de Simpatía por el Demonio. “Sorry por la demora”, me dijo la rubia, “no podía sacarla del baño. Se había encerrado en uno de los retretes y quería llamar a la policía porteña para que viniera a buscarla.” Y enseguida agregó: “Che, qué caro que es Gesell. Quise retocarme el maquillaje y le pedí un poco del polvo para la nariz a unas chicas en el baño, pero quisieron cobrármelo más caro que en el free shop del Buquebús. Y no sabés cómo se pusieron cuando quise explicarles que les convenía más usar el espejo grande en lugar de agacharse todo el tiempo sobre ese espejito de mierda que tenían. Casi me matan.”

“¡Hola, Castaña!, le dije a la amiga de la Rubia para hacerme el simpático, ¿cómo te llamás?” La mina me miró con cara de asco y dijo un nombre en inglés que no entendí, porque no era ni Carol ni Angie ni ningún otro nombre que aparezca en las canciones de los estón. Traté de repetirlo y me mordí uno de los labios hinchados. “Bueno, para mí vas a ser Cacha”, le dije, “Cacha Castaña. Bueno, Cacha, un gusto conocerte. Ahora tu amiga y yo nos vamos a dar un paseíto por la playa, chau, pasala lindo”. “Voy con ustedes”, se apuró a decir la castaña mientras se atenazaba al brazo la rubia para dejar en claro que hablaba en serio.

No hubo manera de sacárnosla de encima, aunque la rubia no hizo demasiados esfuerzos que digamos. Igual no era momento de quejarse, porque la verdad es que disfruté mucho salir del boliche con las dos minas ante el asombro y los aplausos de la barra de Quilmes, que seguían pateando la cabeza del Wyman caído en desgracia. Por un momento me sentí tan langa como Jagger en el video de Sex Drive, lo malo era que la castaña se había puesto en el medio y no me dejaba acercarme ni a ella ni a la rubia. No tuve más remedio que darles charla, por suerte la playa estaba a un par de cuadras nomás.

“Che, Cacha, ¿y vos qué hacés?”, le dije a la castaña, que estaba más cerca. “Ya te dije que no me digas Cacha, me llamo Emily y estudio Letras en la misma universidad que Enriqueta. De ahí nos conocemos”. “Mirá vos, qué copado, che. Yo siempre quise estudiar las letras de los estón, pero me dijeron que para eso antes tenía que aprender inglés y terminar el secundario. ¿Vos las letras de qué banda estudiás?” “De ninguna, nabo, estudio Letras porque me gusta la sintaxis.” Por un momento pensé que me estaba hablando de una ciudad en donde no había más que bondis y remises, pero cuando empezó a hablar de sujetos y predicados me di cuenta de que se refería a otra cosa. “Emily está preparando su tesis sobre Giros Idiomáticos del Conurbano”, dijo la rubia, “seguro vos podés ayudarla”. Entre el viento que soplaba desde la playa y la papa que la rubia parecía estar masticando cada vez que hablaba, yo entendí algo así como “yiros y neumáticos del conurbano”. “Yiros conozco bastante”, le dije, “pero de neumáticos no sé nada, a menos que te refieras a las gomas de los yiros”. La rubia se rió como si yo hubiera dicho una gran ocurrencia; la castaña me miraba con ganas de matarme.

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