miércoles, 10 de febrero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 17)


4 de enero

Inspirado por la rubia, decidí yo también volver a mi medio ambiente por la playa, que a esa altura, ya casi de día, parecía una playa de Brasil en pleno carnaval: había parejas en todas las posiciones imaginables, y otras que, directamente, desafiaban a la imaginación. La más bizarra era, lejos, la de Juan y su amigovio, aunque de cerca no eran más que una simple pareja gay que, por estar pegoteada, tomaba mate al ritmo del tema Cachete con cachete sin poder darse masa.

Esquivé a un par de hippies treintañeros que seguían cantando temas de la película Tango Feroz y me prendí el porro que encontré tirado al lado de una parejita de cumbieros que se estaban apuñalando por motivos pasionales. A la altura del muelle vi que el viejo seguía firme en su puesto de trabajo; trataba de bajarle la caña a una chica que, después de haber planchado en el boliche, había querido suicidarse metiéndose en el mar con una piedra de faso en cada bolsillo pero que ahora, arrepentida, volvía a hacer la plancha para no ahogarse.

Llegué al medio ambiente fisurado, porque entre la locura, el cansancio y el pedo que tenía, me llevé puesto un cantero del vecino. (¡Ay, qué dolor!) Por suerte Juan y su amigovio no estaban ahí, así que tenía la cama para masturbarme tranquilo pensando en la rubia. Antes de acostarme me tomé medio litro de cerveza para tener una buena resaca, y me clavé un sánguche de manteca y azúcar para matar el bajón. Después de una hora de dar vueltas carnero en la cama sin poder dormir, me acordé de que Juan una vez me había dicho que él guardaba la merca en la azucarera por si las moscas. Con razón me habían dado tantas ganas de ponerme a cantar Brown Sugar.

Como sabía que iba a tardar al menos dos horas en dormirme, saqué el cuaderno y me puse a escribir todo lo que me pasó ayer. ¡Qué día largo, por Dios! Ahora ya me está dando un poquito de sueño, aunque pensándolo bien podría hacerme otra sanguchito de manteca y azúcar… ¿por qué no?

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