jueves, 21 de enero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell


1 de enero

Esta mañana llegamos a Gesell con Juan, un pintor que conocí hace un mes cuando leí mis poemas en Los Cantos Rodados, una peña rolinga de Berazategui, el barrio donde los dos vivimos. Llegamos completamente dados vuelta, porque el bondi que nos traía volcó cuando quiso doblar en el Pinar a ciento veinte kilómetros por hora. Creo que no fue buena idea convidarle al chofer la pepa que nos había sobrado de anoche. Juan tuvo tanta mala suerte que su bolso salió volando por la ventanilla y fue a parar al hocico de un perro policía. Ahí nomás nos incautaron los veinte kilos de faso que habíamos traído para consumo personal y los frascos de acrílico que Juan suele masticar cuando pinta “El Bajón”, un cuadro en el que viene trabajando desde hace cinco años y que nunca termina porque a los dos minutos de tomar la paleta siempre se cuelga para hacer un poco de yoga. El cana que nos arrestó nunca había visto un cuadro en su vida, ni siquiera uno de los retratos que te hacen en la 3, y estaba convencido de que los acrílicos de Juan eran una nueva droga que toman los futbolistas para pintarle la cara al rival en el campo de juego. Sí yo hubiese sabido que íbamos a pasar la primera noche en la comisaría, arreglaba con la dueña para que nos entregase el departamento mañana, como ella había sugerido. Igual la celda no esta nada mal: es mucho más luminosa que el medio ambiente que alquilamos en la 8 y 145 y el baño está muchísimo más limpio. Como en el calabozo no hay luz y todavía nos dura el efecto de la pepa, creo que vamos a pasar la noche en vela. A Juan el arresto le pegó para el lado de la inspiración, y ahora está pintando “La Trulla”, una obra maestra inspirada en el accionar de la policía. Yo también quise ver si aprovechaba el encierro para escribir un poema, pero la musa tardó en llegar porque los guardias se colgaron viendo Policías en Acción y no se dieron cuenta que el chico del delivery estuvo esperando una hora en la puerta de la comisaría que le abrieran. La pizza llegó tan fría que solo me inspiró “Lástima”, un poema de tres versos que quizás algún día lea en “Haiku Chillan”, el ciclo de poesía Haiku de La Matanza.

Ojalá mañana esté lindo si nos liberan, o llueva a cántaros si nos dejan acá adentro.


2 de enero

Finalmente nos liberaron esta mañana por falta de mérito. El comisario dijo que Juan pintaba tan mal que pensaba dejar su cuadro en las paredes de la celda para escarmentar a los detenidos. Cuando llegamos al departamento, quise violar a la mujer que nos lo alquiló, nomás para poder dormir de nuevo en una comisaría. El medio ambiente era tan chiquito, sucio y oscuro que uno se daba cuenta de que era de día solamente porque las cucarachas salían a tomar sol con tal de no quedarse ahí adentro. Para no deprimirnos, decidimos ir hasta las playas del centro caminando por la orilla. Llegamos a Windy a las nueve de la noche, cuando todo el mundo ya se había ido darse la ducha previa a la previa. Con Juan nos acercamos hasta el dueño del balneario y le pedimos permiso para fumarnos un porrito con carpa. Lamentablemente el dueño era un careta que nos sacó carpiendo, aunque tuvo la gentileza de ofrecerse a llamar a la policía. Tras cartón de vino que tomamos mezclado con cola de carpintero para que pegue más, fuimos a probar las hamburguesas de Carlitos de las que tanto me habían hablado en Berazategui. Nos atendió un viejo de pelo gris y gorrito de Capitán Piluso que se enojó mucho cuando le pregunté si el lugar se llamaba así en honor a Carlitos Watts, el baterista de los Estón.

En la mesa de al lado había dos minitas que resultaron ser rusitas de Macabi. Yo me acordé que Ron Wood últimamente había salido con varias rusitas, así que empecé a parlarles de él y de la poesía de Jagger. Para qué. Fue como hablar con un fanático de los Bitels. Las rusitas no conocían ningún tema de los Rolling, ni siquiera habían escuchado las versiones de sus temas en ritmo de Bossa Nova. En un último esfuerzo por enseñarles de qué genios del rocanrol estaba hablando, me paré y les hice el pasito de Jagger mientras les cantaba a capella el tema judío de los Estón: Ruth 66.

No hubo caso. Las minitas se fueron a bailar al boliche de enfrente y cuando quisimos seguirlas el patovica nos rebotó porque todavía estábamos en ojotas y malla y con olor a comisaría.

Ya dijimos con Juan que mañana nos vamos a dar un baño en el mar antes de venir al centro, a ver si así nos dejan entrar al boliche a pegar minita.

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