miércoles, 27 de enero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 5)


4 de enero

El asunto del picadito terminó a las patadas. En Berazategui siempre fumamos faso a secas, nunca lo mezclamos con nada. ¿Cómo iba a saber que cuando el pibe me dijo que hiciera un “mezcladito” se refería a mezclar porro con tabaco y no con arena? Los pibes me corrieron un par de kilómetros por la orilla para cagarme a trompadas, por suerte habían estado jugando a la pelota y se cansaron poco antes de llegar al muelle. Entre el mar, la corrida y el faso yo tenía tanta hambre que mi estómago hablaba a los gritos y comiéndose las “s” finales. Me mandé al muelle a ver si pescaba a algún desprevenido a quien afanarle aunque sea un cornalito. Al subir al muelle casi lloro de emoción. Esa estructura de madera es lo más parecido que vi en mi vida a la pasarella del escenario de los estón, esa que camina Jagger cuando quiere estar más cerca de nosotros, su público. Ahí nomás empecé a correr y a cantar hasta llegar a la punta, donde estaba el único pescador: un viejo canoso que se asustó tanto al escuchar mi interpretación de Shattered (hasta hace un mes yo pensaba que el estribillo decía “Jagger… Jagger”, pero un amigo que sabe leer en inglés me mostró la contratapa del disco y me di cuenta de que el tema no se llamaba así) que instintivamente me tiró un golpe con su caña y yo, que estaba con la boca abierta, mordí el anzuelo.

El viejo se disculpó y me ayudó a desenganchar mi labio, que me quedó casi tan hinchado como los de Jagger. Lo bueno es que ahora ya no necesito hacerme ese implante de colágeno para el que venía ahorrando desde que abandoné la secundaria. El viejo dijo llamarse Pipo Fisher. (“Otro rusito”, pensé). Me pidió disculpas y dijo que estaba un poco nervioso porque había pasado la época de peces gordos y la marea estaba en baja. Cuando le pregunté si no tenía algo de pescado para darme, me dijo que se había dejado todos los discos en su casa, pero que iba a fijarse en su bolso a ver si tenía algo de Almendra. Me di cuenta de que estaba ante un rockero de la primera ola, de esos que alguna vez encontraron discos como Sticky Fingers en las bateas de novedades. Pero cuando le pregunté si le gustaban los Rolling me dijo que no volviera a mencionar esa palabra. “No me hablés de esos sinvergüenzas de Brian Jones y sus amigos”, me dijo, “si los vuelvo a ver acá por Gesell los mato”. Le dije que se quedara tranquilo, que Brian Jones estaba muerto desde hacía rato y que era poco probable que los Rolling volvieran a Gesell hasta que no grabaran un disco nuevo. “¿De veras Brian Jones y los Rolling estuvieron acá en Gesell”?, le pregunté casi al borde del llanto. “Claro, pibe, ¿o vos te pensán que sos el primer estón en venir de vacaciones a Gesell?” Ahí nomás empezó a contarme la historia de los estón en Gesell; yo la voy a tener que dejar para la próxima, porque me acabo de dar cuenta que ésta es la última hoja del cuaderno.

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