jueves, 28 de enero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 6)


4 de enero (con cuaderno nuevo)
Ahora sí puedo seguir con la historia de los Rolling en Gesell. La escribo tal como me la contó ayer el viejo en el muelle:

«Yo llegué acá en enero del ’62, con mi esposa, mi amante y cuatro hijas de un matrimonio anterior. Todavía faltaba mucho para que empezara el hippismo y el amor libre, yo venía con esposa y amante simplemente porque todavía eran épocas de machismo y mujeres sumisas, y Gesell era entonces uno de los balnearios más tranquilos y familiares de la costa. Yo acaba de cumplir 30 años y era un tipo muy serio. Trabajaba como contador público independiente, y Carlos Gesell me había contratado para que contara cuántos granitos de arena había en la villa. Una noche caminaba con mis dos mujeres y mis cuatro hijas por las 3 cuando escucho a mis espaldas que hablan en inglés. Me doy vuelta y veo a cinco tipos con chaleco, botas y pelo largo hasta por debajo de las orejas. Yo sabía bastante inglés porque mi padre, que era un militar golpista, me había mandado de chico como agente secreto a Malvinas para averiguar si los kelpers ya tenían televisión. ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen acá en Gesell?, les pregunté a los inglecitos. “Oh, io soy Brian Jones, y estos son mis amigos Mick, Keith, Bill y Charly, somos los Rolling Stones, una orquesta de de Rythm and Blues. Aquel que va adelante es Andrew, nuestro manager”, me dijo el rubiecito de flequillo estilo Carlitos Balá en un español de mierda. “Hacemos covers y vinimos acá en busca de inspiración, a ver si podemos componer un tema propio. Como no nos alcanzaba el dinero para ir a la India, vinimos a Gesell, que es más barato y hay más sol en esta época del año. Desgraciadamente nos gastamos todos nuestros ahorros en el pasaje, ¿no tendría unas monedas para comprar una birra?”
A la noche siguiente volvía cruzármelos en la 3. Esta vez estaban armando un escenario en mitad de la calle, que entonces no era peatonal. La gente no estaba acostumbrada a los espectáculos callejeros y todos fueron a sus casas a buscar sillas y reposeras para sentarse. Tocaron un par de temas que nadie conocía y a lo último hicieron un cover de Sandro y de Palito Ortega, que el público reconoció únicamente por la música, porque nadie entendía la pronunciación de Jagger. Yo quise irme en la mitad del show pero mis dos mujeres y mis hijas estaban entusiasmadísimas. Al final las seis se fueron con los Rolling y su manager y nunca más volví a verlas. Me deprimí tanto que perdí la cuenta de los granitos de arena y me quedé sin trabajo. Al año siguiente, mientras desayunaba un cartón de vino, leí en un diario que los Stones eran furor en Inglaterra y que su manager había elegido la frase “¿Dejaría que su hija salga con un Rolling Stone?” para promocionarlos. Para no pegarme un tiro me hice rockero y pescador, y acá me ves, vivito y coleando a los setenta pirulos.»

Yo no lo podía creer: estaba delante de un tipo que había estado con dos mujeres que estuvieron con los estón y que además les entregó sus hijas en sacrificio. ¡Una leyenda! A pesar de la emoción seguía teniendo hambre. El viejo me dijo que mejor que darme un pescado era enseñarme a pescar, y se fue dejándome nada más que su medio mundo. Yo la bajé al agua un par de minutos y lo único que saqué fueron una topper blanca y otra celeste de distinto número, que igual me las llevé para que a la noche no me rebotaran en el boliche por estar en ojotas.

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