domingo, 24 de enero de 2010

Diario de un poeta rolinga en Villa Gesell (parte 3)


3 de enero (más entrada la tardecita)

Como no podía pegar un ojo en nuestro medio ambiente (hacía tanta calor que cuando abrías el agua de la canilla salía vapor), fui a ver si podía pegar mejor algo de faso en el chalecito de al lado. Anoche me pareció escuchar ahí unos temitas de regui. La puerta estaba abierta, así que me mandé de una con la pera bien el alta, los hombros volcados hacia atrás y cantando bien fuerte “Neibors”, el tema ideal para la ocasión. Cuando entré me llamó la atención que todos los muebles tenían los cajones salidos y que había ropa tirada por todo el piso. “Se ve que anoche estuvieron de joda hasta tarde”, me dije en voz alta cuando escuché un ruido de pasos. Un tipo apareció con la cara cubierta con un pañuelo estón (a propósito: el otro día vi en Crónica un video de unos palestinos que usaban el mismo tipo de pañuelo, se ve que ahí también pegó fuerte la música de los estón) y un caño en la mano. “Quedate quietito o te mato”, me dijo mientras amenazaba con partirme la cabeza con el caño. Yo me cagué todo porque sé algo de plomería y enseguida me di cuenta que el caño estaba bastante oxidado, pero me tranquilicé cuando lo escuché decir: “¿Rolo? ¿Qué hacés vos acá? Soy yo, Pedro”.

Efectivamente era Pedro, uno de mis veinte primos hermanos a los no veo muy seguido. Además de afanar casas en verano, Pedro tiene una banda de rocanrol que se llama Guiller Motel. Me pidió que le diera una mano para cargar el plasma que había en una de las habitaciones y llevarlo hasta la camioneta que había dejado estacionada a dos cuadras, porque se había confundido el Paseo 145 con el paseo 145 bis. Cuando terminamos de meterlo en el baúl deslizándolo por debajo de la puerta, me convidó un poco de la piedra de faso que acaba de afanarse, en pago por mis servicios. “Mañana tenemos un laburito importante en Pinamar”, me dijo. “Anotá mi celu y llamame, seguro vamos a necesitar varios changarines”.

Cuando volví al medio ambiente encontré a Juan con otro flaco que acababa de conocer en la playa. Estaban tomando la merienda y hablando de sus gustos musicales. A los dos les gustaba más Brian Jones que Mick Taylor, sobre todo cuando Brian estaba todavía vivo y tocaba las maracas. Para que no me garronearan el faso, saludé y me fui directo al baño a fumarlo yo solo. Me di cuenta que Juan acaba de cagar porque había varias cucarachas muertas de asco y porque no quedaba ni rastro del papel higiénico. No tuve más remedio que armarme el porro con un jirón de la camisa de seda que la dueña se había olvidado en el bidé. Mientras fumaba le pedí a Juan que me pasara mi libretita, para poder seguir con este diario. Ahora voy a dejar de escribir porque estoy reloco y no sé qué cosa me pegó más: el faso o el olor que hay en este baño.

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